MUNDO INTERIOR.
(kiltro feliz para todos)
Un gato despertaba, cuando los pájaros ladraban para avisar que una nueva jornada comenzaba, una nueva temporada, en el cielo o en el infierno, en la luz artificial de la jodida rutina del desayunar, salir, comprar, producir, vender, comprar, comer, cagar y dormir, día tras día, noche tras noche, y es por eso que ese día el gato prefiere no levantarse de su sueño criminal, ni pedir que las estrellas bajen desde su trono de divinidad, ya que ha decidido hacer algo nuevo, incomprensible y quizás hasta irreconciliable, dejará de ser el número de rut llamado Gato Psicópata, que ha sido insertado en el reloj del big bang, para ser nadie en pro de que la alarma suene a las horas programadas, dejará de ser para reconocer, dejará de existir para concluir, dejará la ciudad para entrar en el bosque de la inmortalidad; gato engreído le dicen al pasar, gato egoísta le dicen al volver, mas él sólo maulla, pero como los maullidos son un idioma incomprensible para quienes no saben ronronear, continúa su viaje solo, consigo mismo, para alcanzar aquél portal animado que lo llama para crearse un nuevo cuento que será su propio reino, su propio mundo, su propio espacio de revolucionada devastación, en el cual no importan las cenas tradicionales, ni los conciertos originales, porque sigue las enseñanzas de su propio mentor llamado inconciencia, que para lograr adquirirla, o bien ingresar a ella, debe primero subir a un peldaño de conciencia tan alto que le permite razonar por y para sí mismo, más allá del sentimentalismo o de las preguntas con doble sentido, aquel peldaño se puede equivalenciar con el nível de la civilización humana, nível cultural despues del cual queda a juicio subjetivo si se le vé como una involución, según se enseña bajo el prisma clásico, o si se le vé como una evolución, según se inculca por la educación oculta. Y en eso se encuentra el gato, arañando su colchón, su pared, sus cadenas de luz, aburrido del farol plástico y consumido por lo que se espera de él, en fin, cansado de aguantar el duro camino que tuvo que pasar para llegar a ese punto, ese peldaño, esa mañana que despierta con el cantar de los pájaros que elevan sus voces musicales para dar mensajes subliminales a quienes de una u otra forma se hayan preparado para la despolarización. Los pájaros cantan: "Luz en tus ojos, obscuridad en tú corazón,
crée en lo que creas,
escribe con sangre tú propia canción". El gato entonces escucha voces, sin saber que son los pájaros quienes le hablan para despertarlo, escucha voces que logra degustar de manera tal que le permiten ver con su tercer ojo, el diamante que se ilumína en la caverna, utilizando la antorcha de una cumbia triste, y que acrecienta su fuego al dejar caer las lágrimas del sin razón... del sin color... del sin amor. Y grita al cielo golpeando el suelo, provocando la explosión morturoria que destruye los cimientos de la metrópolis impresionista, cayéndo con ella los rascacielos religiosos de falsa compasión, las casas de tablero infantíl y las bolas de acero de inútil procreación. Maulla con una fuerza tal que su vocalización es percibible solo por él, ya que es un individuo aceptando su individualidad, una energía cautivada por su poder de materialización sintonizada con el portal de salida a la reja de entrada al mundo propio, interior y real, tan real como que él ya está aquí. Es el nuevo mundo, su reino propio que está cerrado desde afuera, el campo de flores poéticas, la noche de lunas acuáticas, la armonía desoccidentalizada donde de nada sirve la ira, el orgullo o el dolor, ya que eres tú, el encuentro contigo mismo, en una noche donde todos se abrazan al calor de sus chimeneas, el encuentro con lo más valioso que se tiene, el mundo interior. El gato ahora se ha elevado astralmente a la categoría de ídolo, falso para todos, pero real para si mismo, gozándo con sus sueños, bailándo en su obscura felicidad, multiplicando su escencia para provocar la tíbia tribalidad en el rito del color, color de tripas, carne e introversión, danza macabra obrera del muro armado que protege al dios en sí mismo, que le puedes llamar animal o le puedes llamar contenido del átomo sin muerte, sin vida y sin condición, abierto a lo que no se puede contabilizar, ni legalizar, a lo que no se puede mirar ni escuchar, porque el universo lo ha querido así, el universo que besa apasionadamente la verdad antes que la imitación, el valor bajo la condena, la liberación del libre albedrío retenido por el respeto a lo ajeno publicitado para dejarlo plasmado en el libro sagrado, antíguo como la rueda, pero inútil como el motor, motor de ética cuestionable y viciosa, motor, dictador, fusilador, que promueve con cañonazos el despertar del indivíduo a su mundo imaginado y encantado, como príncipe de cuento de hadas, como aquél viejo arquetípo del monumento al monumento que deja leer en su epítafio una despedida a lo que fué, porque el maullido ahora sí que es único e irrepetible, porque el maullido ahora sí que se despide para quienes no acepten que el arriba está abajo y que el abajo está arriba, de una forma indefinida, y levanta sus garras para entregar un mensaje de forma hermosamente honesta: "Si el mármol disfruta de su frialdad,
porque dentro de él se encuentra su felicidad;
mejor es dejar soñar al durmiente,
porque si despiertá llorará desconsoladamente,
por no poder volver al sueño
del cual nunca quizo despertar".
En la memoria de
Alex Felinis
666 - 999 .
lunes, 4 de junio de 2007
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